-Luego debo haber caído en trance- continuaba Macbeth-. Y allí es donde todo se vuelve interesante. Pero, ¿quieres realmente escucharlo? No quisiera abrumarte con esta increíble historia. Podría hacer que tus nervios padezcan de nuevo.
-Mis nervios, por ahora, están en su lugar. Continúa si es que te place hacerlo.
-Durante el sueño fui visitado por varios espíritus. Todos tenían forma distinta. El primero de ellos era una enorme cabeza con un yelmo que me pareció familiar pero que no logré identificar. Su mensaje fue por demás claro: “Cuídate de Macduff, el barón de Fife”.
-¿Macduff? Siempre fue un caballero fiel a su linaje y a sus señores. Heroico en batalla. ¿Por qué habrías de cuidarte de él?
-No olvides que no ha venido a nuestro banquete. Y su relación con Duncan y sus hijos era muy cercana. No es de extrañar que prepare una traición.
-Aun así, ten cuidado de lo que haces con él. Tiene a su cuidado esposa e hijos.
-Tanto mejor. Pero déjame que te hable de la segunda aparición: un niño con el cuerpo ensangrentado. Su mensaje es de lo más enigmático: “Abusa, hiere, mata, pues no debes temer al poder de los hombres; nadie nacido de mujer podrá hacerte mal”.
-Entonces, si nadie nacido de mujer podrá hacerte mal, te librarás de la principal causa de muerte de los hombres jóvenes: los otros hombres. ¡Deja en paz a Macduff y a todas sus conspiraciones y vive tu gloria!
-Y luego vino un tercer espíritu. Un joven Rey de otra época.
-¿Pasado o futuro?
-No sabría decirlo. En sus manos portaba una rama y en su frente de niño estallaba en luz la diadema de la coronación. Y esa luz hizo que no pudiera identificar su rostro.
-¿Y cuáles fueron sus palabras?
-Las más hermosas que puedan escucharse en los reinos de los hombres: “Macbeth”, dijo, “debes ser intrépido como una fiera cuyos cachorros estén en peligro. No debes ahorrar en crueldad ni fijarte en miramientos, pues no has de caer hasta que el bosque de Birnam ascienda al castillo de Dunsinane”. Mi alma se tranquilizó un poco con estas predicciones, pero de inmediato volvió la desazón.
-¿A qué te refieres, amado esposo?
-Nuevos espíritus fueron convocados. Ocho de ellos vestían las ropas de los reyes y los precedía un espíritu que he visto otras veces...
-¿Otro espíritu? ¡Banquo!
-¡No digas su nombre! Pero debo reconocer que tienes razón. Y su hijo. Y el hijo de su hijo. Y la cadena terminaba en el octavo eslabón, que portaba tres cetros.
-¡Tres cetros! ¡Eso quiere decir que gobernaba sobre tres reinos! Malas noticias para nosotros, Macbeth. Pero no me fatigues más con estas ocurrencias de la oscuridad. Déjame que yo tengo mis propios pensamientos para fatigarme. Si me lo permites, iré a descansar.
-Vete, sí. Pero no me dejes solo en esto.
-Ya es tarde, esposo mío. Ve tú también a descansar.
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