N. del A.: visiones, sueños, alucinaciones… Macbeth y Lady Macbeth se hunden en los mares de la locura. Mientras tanto, arrasan con sus enemigos. Y lo peor: mueren más inocentes.
Pero Macbeth no descansó esa noche. No hacía más que imaginar soluciones a sus crecientes males. Luego de un par de horas en soledad convocó de nuevo a los asesinos de Banquo y mantuvo con ellos un largo coloquio.
Luego tres caballos partieron hacia Fife, lugar donde se alzaba esplendoroso el castillo de Macduff. Como los tres llevaban el permiso real no fueron detenidos en la entrada. Pero no dejaron, como es uso, sus monturas en la caballeriza sino que las sujetaron a las rejas de una de las entradas, como si lo que tuvieran que hacer no fuera a demandarles mucho tiempo.
Días después, en Inglaterra, dos nobles escoceses de alta jerarquía hablaban en un tono de amplia confianza sobre lo que sucedía en su amada Escocia. Eran Macduff, caballero de renombre, y Malcolm, hijo del traicionado Duncan y hermano de Donalbain.
-Es una enorme alegría que tú, fiel servidor de mi padre, te hayas dado cuenta de la trampa que Macbeth tendió sobre nosotros y nuestro padre- dijo Malcolm.
-El mismo tirano se encargó, a los pocos días de iniciado su reinado, de ir espantando a sus propios amigos. Nunca fuimos cercanos pues siempre vi en su semblante indicios de un carácter débil que se empeña en parecer fuerte. Pero ahora ha ido demasiado lejos. Dicen, y es bueno creerlo porque se trata de personas de confianza, que ha llegado a matar a su amigo Banquo porque éste había descubierto sus planes contra Duncan.
-Tengo algo que proponerte, noble Macduff. ¿Quieres escucharlo con atención?
-Adelante. Soy todo oídos.
-Debemos combatir a Macbeth y tal vez debamos usar sus propias armas.
-No entiendo.
-Este hombre es malvado y tiránico algunas veces, y otras es salamero y traidor. Entonces debemos ser como él. Te propongo regresar a su lado, intenta ganar su confianza y, cuando finalmente lo hayas hecho, allí cobraremos venganza. ¡Le pagaremos con la misma moneda con la que él pagó la confianza de nuestro padre!
Macduff frunció el entrecejo y comenzó a menear la cabeza.
-¡No! ¡No puedo aceptar esa petición! ¡Convertirme en lo que él mismo es para ajusticiarlo! ¡Jamás! Prefiero liderar un ejército de un solo hombre contra el tirano antes que convertirme en algo parecido a él. Con su permiso, Majestad, voy de regreso a Escocia. Si sus planes para conmigo cambian y son honorables, usted sabe dónde encontrarme.
-¡Detente, Macduff!- dijo Malcolm-. Es preciso que sepas que todo lo que he dicho antes ha sido solo para probar la calidad de hombre que eres. Tenía que saber si aun conservas tu honor o si ya lo habías vendido al bajo precio de la vana gloria. Perdóname por exponerte a esta trampa, pero ahora veo claramente que si he de confiar en alguien, ese alguien eres tú, querido amigo de mi padre y mío propio.
En ese momento unos golpes azotaron la puerta de la habitación.
-Es el caballero Ross- anunció el guardia-. Trae novedades de Fife, según manifiesta. Y son urgentes.
-¿De Fife?- dijo Macduff-. ¿De mi propio castillo? ¡Pero si mi viaje a Inglaterra ha sido secreto!
-Háganlo pasar- dijo Malcolm.
Ross entró y se inclinó ante Malcolm, como era costumbre, y ante el otro caballero. Cuando reconoció a Macduff su rostro empalideció y se arrojó a sus pies.
-Noble Macduff- comenzó balbuceante-, no esperaba verte aquí. He venido de forma discreta para contarle las desgracias de tu familia a Malcolm, legítimo heredero del trono de Escocia, pero ahora no tengo otra salida que referirlas ante tus propios oídos.
-¿Desgracias? ¿De qué hablas? ¿O acaso...?- comenzó Macduff-. ¿Acaso lo que tanto he temido ha sucedido finalmente?
-No sé qué es lo que has temido, pero difícilmente eso sea más terrible que lo que voy a relatarte.
-Pues hazlo de una vez- ordenó Malcolm-. ¿No ves acaso que este hombre desfallece a cada instante?
-Es que lo que voy a contarles no es algo que pueda ser contado con palabras sencillas. Pero iré directo al grano. La noche era oscura y dos hombres golpearon la puerta del castillo. Venían con instrucciones del Rey Macbeth, según dijeron. Y como Lady Macduff no había sido instruida del todo en las sospehas que se ciñen sobre el rey, no objetó su entrada y les permitió ingresar y pernoctar en el castillo. Al otro día...
-¿Al otro día qué?- rugió Macduff.
-No sé cómo decirlo, noble caballero, pero al otro día tu amada esposa amaneció muerta,
-¿Muerta? ¡No!
-Muerta, noble Macduff. Y eso no fue lo peor.
-¿Qué dices? ¿Acaso insinúas que...?
-Tu hijo, aquel tierno infante que hasta hace unos días jugaba en tu falda, corrió la misma suerte que su madre.
Macduff cayó abatido sobre el primer asiento que encontró. Tomó su rostro con las manos y lloró amargamente por la suerte de los que más amaba.
-Nunca debí dejarlos solos- dijo en voz alta. Malcolm acudió a consolarlo y lo tomó de los hombros. Macduff lo miró a los ojos sin poder decir palabra.
-Tu pérdida es irreparable, noble Macduff. Ningún padre debería atravesar por este momento. Pero te ayudaremos a encontrar la templanza para que puedas vengar lo que te han hecho.
-¿Vengar? Pero Macbeth no tiene hijos...
-Tu corazón está enturbiado con funestas noticias. Descansa ahora, que pronto partiremos hacia nuestra tierra. La liberaremos de las garras del tirano.
miércoles, 12 de abril de 2017
miércoles, 5 de abril de 2017
VIII. Nuevas profecías
Lady Macbeth parecía la sombra pálida de una estatua alargada por el atardecer. Recostada a una pared escuchaba el relato de su esposo.
-Luego debo haber caído en trance- continuaba Macbeth-. Y allí es donde todo se vuelve interesante. Pero, ¿quieres realmente escucharlo? No quisiera abrumarte con esta increíble historia. Podría hacer que tus nervios padezcan de nuevo.
-Mis nervios, por ahora, están en su lugar. Continúa si es que te place hacerlo.
-Durante el sueño fui visitado por varios espíritus. Todos tenían forma distinta. El primero de ellos era una enorme cabeza con un yelmo que me pareció familiar pero que no logré identificar. Su mensaje fue por demás claro: “Cuídate de Macduff, el barón de Fife”.
-¿Macduff? Siempre fue un caballero fiel a su linaje y a sus señores. Heroico en batalla. ¿Por qué habrías de cuidarte de él?
-No olvides que no ha venido a nuestro banquete. Y su relación con Duncan y sus hijos era muy cercana. No es de extrañar que prepare una traición.
-Aun así, ten cuidado de lo que haces con él. Tiene a su cuidado esposa e hijos.
-Tanto mejor. Pero déjame que te hable de la segunda aparición: un niño con el cuerpo ensangrentado. Su mensaje es de lo más enigmático: “Abusa, hiere, mata, pues no debes temer al poder de los hombres; nadie nacido de mujer podrá hacerte mal”.
-Entonces, si nadie nacido de mujer podrá hacerte mal, te librarás de la principal causa de muerte de los hombres jóvenes: los otros hombres. ¡Deja en paz a Macduff y a todas sus conspiraciones y vive tu gloria!
-Y luego vino un tercer espíritu. Un joven Rey de otra época.
-¿Pasado o futuro?
-No sabría decirlo. En sus manos portaba una rama y en su frente de niño estallaba en luz la diadema de la coronación. Y esa luz hizo que no pudiera identificar su rostro.
-¿Y cuáles fueron sus palabras?
-Las más hermosas que puedan escucharse en los reinos de los hombres: “Macbeth”, dijo, “debes ser intrépido como una fiera cuyos cachorros estén en peligro. No debes ahorrar en crueldad ni fijarte en miramientos, pues no has de caer hasta que el bosque de Birnam ascienda al castillo de Dunsinane”. Mi alma se tranquilizó un poco con estas predicciones, pero de inmediato volvió la desazón.
-¿A qué te refieres, amado esposo?
-Nuevos espíritus fueron convocados. Ocho de ellos vestían las ropas de los reyes y los precedía un espíritu que he visto otras veces...
-¿Otro espíritu? ¡Banquo!
-¡No digas su nombre! Pero debo reconocer que tienes razón. Y su hijo. Y el hijo de su hijo. Y la cadena terminaba en el octavo eslabón, que portaba tres cetros.
-¡Tres cetros! ¡Eso quiere decir que gobernaba sobre tres reinos! Malas noticias para nosotros, Macbeth. Pero no me fatigues más con estas ocurrencias de la oscuridad. Déjame que yo tengo mis propios pensamientos para fatigarme. Si me lo permites, iré a descansar.
-Vete, sí. Pero no me dejes solo en esto.
-Ya es tarde, esposo mío. Ve tú también a descansar.
-Luego debo haber caído en trance- continuaba Macbeth-. Y allí es donde todo se vuelve interesante. Pero, ¿quieres realmente escucharlo? No quisiera abrumarte con esta increíble historia. Podría hacer que tus nervios padezcan de nuevo.
-Mis nervios, por ahora, están en su lugar. Continúa si es que te place hacerlo.
-Durante el sueño fui visitado por varios espíritus. Todos tenían forma distinta. El primero de ellos era una enorme cabeza con un yelmo que me pareció familiar pero que no logré identificar. Su mensaje fue por demás claro: “Cuídate de Macduff, el barón de Fife”.
-¿Macduff? Siempre fue un caballero fiel a su linaje y a sus señores. Heroico en batalla. ¿Por qué habrías de cuidarte de él?
-No olvides que no ha venido a nuestro banquete. Y su relación con Duncan y sus hijos era muy cercana. No es de extrañar que prepare una traición.
-Aun así, ten cuidado de lo que haces con él. Tiene a su cuidado esposa e hijos.
-Tanto mejor. Pero déjame que te hable de la segunda aparición: un niño con el cuerpo ensangrentado. Su mensaje es de lo más enigmático: “Abusa, hiere, mata, pues no debes temer al poder de los hombres; nadie nacido de mujer podrá hacerte mal”.
-Entonces, si nadie nacido de mujer podrá hacerte mal, te librarás de la principal causa de muerte de los hombres jóvenes: los otros hombres. ¡Deja en paz a Macduff y a todas sus conspiraciones y vive tu gloria!
-Y luego vino un tercer espíritu. Un joven Rey de otra época.
-¿Pasado o futuro?
-No sabría decirlo. En sus manos portaba una rama y en su frente de niño estallaba en luz la diadema de la coronación. Y esa luz hizo que no pudiera identificar su rostro.
-¿Y cuáles fueron sus palabras?
-Las más hermosas que puedan escucharse en los reinos de los hombres: “Macbeth”, dijo, “debes ser intrépido como una fiera cuyos cachorros estén en peligro. No debes ahorrar en crueldad ni fijarte en miramientos, pues no has de caer hasta que el bosque de Birnam ascienda al castillo de Dunsinane”. Mi alma se tranquilizó un poco con estas predicciones, pero de inmediato volvió la desazón.
-¿A qué te refieres, amado esposo?
-Nuevos espíritus fueron convocados. Ocho de ellos vestían las ropas de los reyes y los precedía un espíritu que he visto otras veces...
-¿Otro espíritu? ¡Banquo!
-¡No digas su nombre! Pero debo reconocer que tienes razón. Y su hijo. Y el hijo de su hijo. Y la cadena terminaba en el octavo eslabón, que portaba tres cetros.
-¡Tres cetros! ¡Eso quiere decir que gobernaba sobre tres reinos! Malas noticias para nosotros, Macbeth. Pero no me fatigues más con estas ocurrencias de la oscuridad. Déjame que yo tengo mis propios pensamientos para fatigarme. Si me lo permites, iré a descansar.
-Vete, sí. Pero no me dejes solo en esto.
-Ya es tarde, esposo mío. Ve tú también a descansar.
viernes, 31 de marzo de 2017
CAPÍTULO VII
N. del A.: en el capítulo anterior Macbeth es sorprendido por el fantasma de Banquo en pleno banquete. Pero él es el único capaz de verlo. ¿Será acaso presa de alucinaciones provocadas por la culpa? En este capítulo vuelven ellas: las brujas.
VII
Lady Macbeth finalmente logró calmar a su esposo y dejarlo en la cama. Ya era pasada la medianoche. La penumbra de los pasillos de Forres, las escaleras estrechas, los candiles gastados, los ruidos de los animales nocturnos que habitan en los muros y las paredes, todo aquello, sumado a las alucinaciones de su esposo, le había provocado un miedo atroz. Poco antes de caer en el sueño, Macbeth la vio dirigirse una y otra vez al lavatorio, mirándose las blancas manos con asco, como si hubiera algo en ellas.
¿Algo como qué?
A Macbeth le pareció escuchar que su esposa decía:
-¡Sangre! ¡Mis manos también están llenas de sangre!
No cabía duda: ambos estaban enloqueciendo.
La luz de la mañana suele traer reposo a los terrores nocturnos y alivio a las almas atribuladas. Macbeth ordenó que le prepararan un caballo. Al poco rato podía vérselo cabalgando hacia las colinas que se extendían entre Forres y el campo de batalla donde se había cubierto de gloria algunas semanas antes. Al divisar un bosque se dirigió hacia él sin dudarlo. No demoró en encontrar el páramo en el que había visto a las brujas por primera vez, cuando junto a Banquo regresaban victoriosos del combate.
Pero no las encontró allí.
Al poco rato de buscarlas de forma infructuosa se resignó a quedar sin su consejo. De improviso, al regresar hacia las colinas, escuchó algunas voces provenientes de una cueva. Entró con cautela y vio tres sombras como espectros que se abalanzaban sobre un caldero hirviente.
-¡Al fin las he encontrado!- dijo-. Pensé que ya no las vería más, espectros infernales.
-¿Cómo te atreves a llamarnos espectros? Si pudieras tocar nuestros brazos verías que son firmes. Y nuestras piernas. Y luego nuestras cabezas. Nuestros hombros. Todos tan buenos como los de cualquiera.
-¿Entonces por qué la primera vez que nos encontramos se desvanecieron en el aire sin terminar de contestar mis requerimientos?
-Solo obedecemos los requerimientos de quienes nos instruyen. Comenzando por Hécate, a quien no puedes ver.
Un estremecimiento frío corrió por la espalda de Macbeth. Pero lo que en un principio fue miedo rápidamente se transformó en ansias.
-Quiero hablar con los espíritus que las gobiernan- dijo.
-El asunto- dijo una de las hermanas- es que ellos también quieran hablar contigo.
-Convóquenlos de una vez y veremos.
-Sí. Veremos si su deseo es manifestarse o permanecer más allá del tiempo, lejos de nosotros.
-Uno es el círculo exterior- dijo la hermana mayor lanzando una piedra al caldero.
-Dos es el círculo interior- respondió la hermana del medio.
-Y tres es el punto en el centro de los círculos- dijo la menor. Y luego todas juntas, tomadas de la mano y girando alrededor:
-Uno, dos y tres. Arriba, abajo y al centro: ¡espíritus de las sombras! Hay aquí un hombre que desea ser visitado por ustedes. No promete nada en agradecimiento a quien te convoque. Solo exige, como los niños pequeños. Pero eso no quiere decir que, llegado el momento, no se comporte con generosidad. Preséntense ante el Rey Macbeth, a quien ustedes mismos precipitaron en el trono del que ahora se ha ausentado para venir aquí.
Macbeth se acercó al caldero y observó cómo los tres círculos concéntricos giraban en direcciones opuestas. Luego sus ojos se cerraron y cayó desvanecido al pie del fuego. Las tres hermanas se apresuraron a socorrerlo y lo tendieron sobre una manta.
-¿Qué le sucede?- preguntó la hermana menor.
-¿Acaso no lo ves ante tus propios ojos?- respondió la del medio-. Sueña. Sueña plácidamente.
-Ya lo creo- dijo la mayor-. Y ojalá termine pronto.
-No es agradable tenerlo aquí.
-No. No lo es. Traicionó a sus amigos por su desmesurada ambición. Bien podría traicionarnos a nosotras. Ni siquiera sabe nuestros nombres.
-Nosotros tampoco los sabemos, querida hermana. Además, estamos fuera de su alcance. Al menos eso es lo que creemos.
-¡Mírenle sus manos! ¡Se tornan rojas!
-Es el reflejo del fuego, tonta.
-Mírenlo de nuevo. Parpadea.
-Ya despierta.
-Ha sido un sueño breve.
Macbeth se alzó apurado y luego corrió hacia fuera. A galope tendido cruzó las colinas y llegó a Forres. De inmediato envió por su esposa.
VII
Lady Macbeth finalmente logró calmar a su esposo y dejarlo en la cama. Ya era pasada la medianoche. La penumbra de los pasillos de Forres, las escaleras estrechas, los candiles gastados, los ruidos de los animales nocturnos que habitan en los muros y las paredes, todo aquello, sumado a las alucinaciones de su esposo, le había provocado un miedo atroz. Poco antes de caer en el sueño, Macbeth la vio dirigirse una y otra vez al lavatorio, mirándose las blancas manos con asco, como si hubiera algo en ellas.
¿Algo como qué?
A Macbeth le pareció escuchar que su esposa decía:
-¡Sangre! ¡Mis manos también están llenas de sangre!
No cabía duda: ambos estaban enloqueciendo.
La luz de la mañana suele traer reposo a los terrores nocturnos y alivio a las almas atribuladas. Macbeth ordenó que le prepararan un caballo. Al poco rato podía vérselo cabalgando hacia las colinas que se extendían entre Forres y el campo de batalla donde se había cubierto de gloria algunas semanas antes. Al divisar un bosque se dirigió hacia él sin dudarlo. No demoró en encontrar el páramo en el que había visto a las brujas por primera vez, cuando junto a Banquo regresaban victoriosos del combate.
Pero no las encontró allí.
Al poco rato de buscarlas de forma infructuosa se resignó a quedar sin su consejo. De improviso, al regresar hacia las colinas, escuchó algunas voces provenientes de una cueva. Entró con cautela y vio tres sombras como espectros que se abalanzaban sobre un caldero hirviente.
-¡Al fin las he encontrado!- dijo-. Pensé que ya no las vería más, espectros infernales.
-¿Cómo te atreves a llamarnos espectros? Si pudieras tocar nuestros brazos verías que son firmes. Y nuestras piernas. Y luego nuestras cabezas. Nuestros hombros. Todos tan buenos como los de cualquiera.
-¿Entonces por qué la primera vez que nos encontramos se desvanecieron en el aire sin terminar de contestar mis requerimientos?
-Solo obedecemos los requerimientos de quienes nos instruyen. Comenzando por Hécate, a quien no puedes ver.
Un estremecimiento frío corrió por la espalda de Macbeth. Pero lo que en un principio fue miedo rápidamente se transformó en ansias.
-Quiero hablar con los espíritus que las gobiernan- dijo.
-El asunto- dijo una de las hermanas- es que ellos también quieran hablar contigo.
-Convóquenlos de una vez y veremos.
-Sí. Veremos si su deseo es manifestarse o permanecer más allá del tiempo, lejos de nosotros.
-Uno es el círculo exterior- dijo la hermana mayor lanzando una piedra al caldero.
-Dos es el círculo interior- respondió la hermana del medio.
-Y tres es el punto en el centro de los círculos- dijo la menor. Y luego todas juntas, tomadas de la mano y girando alrededor:
-Uno, dos y tres. Arriba, abajo y al centro: ¡espíritus de las sombras! Hay aquí un hombre que desea ser visitado por ustedes. No promete nada en agradecimiento a quien te convoque. Solo exige, como los niños pequeños. Pero eso no quiere decir que, llegado el momento, no se comporte con generosidad. Preséntense ante el Rey Macbeth, a quien ustedes mismos precipitaron en el trono del que ahora se ha ausentado para venir aquí.
Macbeth se acercó al caldero y observó cómo los tres círculos concéntricos giraban en direcciones opuestas. Luego sus ojos se cerraron y cayó desvanecido al pie del fuego. Las tres hermanas se apresuraron a socorrerlo y lo tendieron sobre una manta.
-¿Qué le sucede?- preguntó la hermana menor.
-¿Acaso no lo ves ante tus propios ojos?- respondió la del medio-. Sueña. Sueña plácidamente.
-Ya lo creo- dijo la mayor-. Y ojalá termine pronto.
-No es agradable tenerlo aquí.
-No. No lo es. Traicionó a sus amigos por su desmesurada ambición. Bien podría traicionarnos a nosotras. Ni siquiera sabe nuestros nombres.
-Nosotros tampoco los sabemos, querida hermana. Además, estamos fuera de su alcance. Al menos eso es lo que creemos.
-¡Mírenle sus manos! ¡Se tornan rojas!
-Es el reflejo del fuego, tonta.
-Mírenlo de nuevo. Parpadea.
-Ya despierta.
-Ha sido un sueño breve.
Macbeth se alzó apurado y luego corrió hacia fuera. A galope tendido cruzó las colinas y llegó a Forres. De inmediato envió por su esposa.
jueves, 23 de marzo de 2017
Capítulo VI
N. del A.: en el
capítulo anterior Macbeth concierta con dos lacayos el asesinato de Banquo y su
hijo. ¿Cómo habrá salido el encargo? En este capítulo se revelará esa verdad. Y
además, probablemente, aparezcan fantasmas.
Esa
noche el banquete
tuvo lugar en
los amplios salones
de Forres. Pero
no había ánimo
de fiesta. Ross
y Angus hablaban
junto a las
columnas que sostenían
la bóveda de
la sala.
-Los
tiempos han cambiado-
dijo el primero.
-Así
es. Me pregunto
qué debemos hacer
nosotros.
-¿A
qué te refieres?
-A
si tendremos valor para hacer
lo correcto o
simplemente iremos hacia
donde el viento
sople.
-No
es una decisión
que pueda tomarse
de forma apresurada.
Mi sugerencia es
que estudiemos mejor
las circunstancias. Mira,
si no, lo
que ha sucedido
con Macduff, tan
heroico como el
mismísimo Macbeth en los campos
de batalla escoceses.
Es evidente que
algo sospecha y
no ha venido
al banquete. Y
ahora las miradas
del tirano y
sus lacayos irán
directamente hacia él.
-¿Te
atreves a llamar
tirano al nuevo
Rey? Por eso
es capaz de
ajusticiarte con sus
propias manos, Ross.
-Negaré
haberlo llamado así
ante quien sea
necesario, Angus. Además,
ahora solo tú
me escuchas. Y
en honor a
nuestra amistad de
tantos años, y
a la amistad
de nuestras familias
espero que no
sueltes la lengua.
-Las
amistades ya no
son lo que
solían ser. ¿Quién
era el mejor
amigo de nuestro
nuevo Rey?
-Banquo,
sin dudas.
-¿Y
acaso lo ves
aquí?
-Tienes
razón. Me pregunto
cómo justificará su
ausencia si hasta
esta mañana estaba
con nosotros.
-Hay
quienes lo han
visto salir con
su hijo a
caballo hacia los
bosques.
-¿Con qué
propósito?
-Imposible
saberlo. Pero convendrás
conmigo en que
el asunto es
intrigante. Veremos cómo
se resuelve. Mientras
tanto, que nuestros
rostros no revelen
el alcance de
nuestras sospechas ni
lo que hemos
hablado. Finjamos que
nos sentimos a
gusto con todo
lo que se
nos obsequia. Aprovechemos
la liberalidad del
Rey y observemos
hacia dónde va
el viento, ya
sea que debamos
seguirlo o que
decidamos, llegada la
ocasión, oponérnosle.
Del
otro lado de
la sala Macbeth
y su esposa
observaban el movimiento
de los sirvientes
y de la
concurrencia.
-Este
salón vio mejores
fiestas- dijo Lady
Macbeth.
-No
tienes por qué
recordármelo. Pronto, cuando
nuestros asuntos estén
por fin resueltos,
la alegría volverá
a este palacio
y a todo
el reino.
Un
hombre vestido con
ropas vulgares hizo
una seña a
Macbeth desde detraś
de los cortinados.
El Rey se excusó ante
su esposa y
los concurrentes y
salió hacia el arco
que daba a
la muralla. El
hombre de las
caballerizas surgió desde
la oscuridad.
-¡Dime
de una vez
que todo ha
resultado como te
he indicado!- ordenó
Macbeth.
-A
tal respecto, Mi
Rey, el recipiente
está en su
justa mitad. El
camino ha sido
recorrido hasta su
punto medio.
-¡Basta
de rodeos y
dime lo que
sucedió!
-Cabalgamos
tres de nosotros...
-¿Tres?
¿Esa es tu
idea de la
discreción?
-Tres
sirvientes leales a
usted, mi Rey.
-Continúa.
-Seguimos
a Banquo y
a su hijo
por el bosque
y luego por
una llanura y
después otro bosque.
Cuando nos pareció
que estábamos a resguardo, nos
adelantamos y le
tendimos una celada.
Los cercamos en
la penumbra del
crepúsculo y los
asaltamos. Banquo luchó
como un verdadero
león. Su espada
se balanceaba de
un lado al
otro y se
llevó con su
arrojo la vida
de uno de
los que me
acompañaban. Finalmente, con un golpe
afortunado, lo derribé.
Una vez en
el suelo, mi
espada y la
de mi ayudante
le perforaron el
pecho.
-¡Bien
hecho! ¡Así se
habla! Pero continúa.
-Bien... esa
fue la parte
llena del recipiente,
mi Rey. El
joven Fleance, siguiendo
las instrucciones de
su moribundo padre,
desapareció de nuestra
vista y ya
no pudimos seguirlo.
-¡Maldición! ¡Es
que acaso no
pueden hacer una
sola cosa bien!
¡Pagarán con sus
vidas por este
error!
-En
cuanto a eso,
mi Rey, debo
prevenirle de algo.
He tenido la
precaución de enviar
a mi cómplice
lejos del palacio
con instrucciones de
revelarlo todo si
algo malo me
sucediera.
-¡Vete
de aquí, traidor!
Mañana veré qué
hacer contigo.
Macbeth
se recostó sobre
la columna y
respiró profundamente. De
pronto fue como
si se desvaneciera.
Como si sus
fuerzas lo abandonaran.
Cuando su esposa
llamó a la
mesa, avanzó por
el salón hacia
la parte principal,
donde los asientos
de los nobles
habían vuelto a
ser ocupados. Lady
Macbeth notó de
inmediato la turbación
de su esposo,
que ahora hablaba
con sombras que
se le aparecían.
-¡Miren
todos!- balbuceaba-. Miren
cómo ese espíritu
nos observa. ¡Tú!
¡Te atreves a
venir a mi
morada en esa
forma fantasmal!
-¿Con
quién habla?- dijo
Ross en voz baja a
Angus.
-¡Tú,
infame! ¿Cómo has
llegado hasta aquí
tan rápido si
apenas has muerto
hace algunas horas?
¿Qué pretendes apareciéndote
así?
-Deberán
disculparlo, nobles de
Escocia. El Rey
hace tiempo que
sufre de alucinaciones- dijo
Lady Macbeth-. Se
trata de una
condición familiar. Al
cabo de un
momento de descanso
se le pasará.
-¡Malditos
tú, tu hijo
y todos esos
reyes que te
empeñas en presentarme
y que vienen
en procesión detrás
de tu hijo!
¡Sobre mi cadáver
reinarán!
-Todo
esto es muy
inusual- dijo Angus-.
¿De qué reyes
habla? ¿Reyes del
pasado o de
un tiempo que
aun no ha
llegado?
-Lo
que ve- dijo
Ross en voz
baja-, o mejor
dicho, lo que
cree estar viendo,
seguramente son los
reyes que le
sucederán. Pero el
Rey y la
Reina no tienen
hijos. Me pregunto
de dónde saldrán
entonces.
-¡Basta!-
interrumpió Lady Macbeth-.
Por favor, fieles
nobles de esta
patria, dispensen a
su Rey y
continúen con el
banquete. Más tarde
llegará la música
y las historias
de enamorados que
tanto les placen.
Buena comida habrá
siempre. Yo lo
llevaré a sus
aposentos para que
pueda recuperarse y,
si le es
propicio, volver más
tarde. Aunque no
lo esperen para
el plato principal.
Hagan de cuenta
que están en
su propio castillo.
Y
el Rey y
la Reina desaparecieron tras
los cortinados.
jueves, 16 de marzo de 2017
Capítulo V
N. del
A.: en el capítulo anterior dos brujas fueron testigos y narradoras
en tiempo real del asesinato del Rey Duncan a manos de Macbeth. El
asunto no terminó allí, puesto que Macbeth y Lady Macbeth se
hicieron los sorprendidos cuando el cuerpo ensangrentado de Duncan
fue descubierto. Las culpas las llevaron los guardias, que antes de
que pudieran despertarse ya tenían sus cabezaa separadas de sus
hombros. Macbeth fue nombrado rey mientras los hijos de Duncan,
sospechosos de haber ordenado el crimen, escapaban hacia rumbos
distintos. ¿Qué sucederá en el capítulo V?
DESPUÉS de convertirse en Rey Macbeth trasladó su corte al
palacio de Forres, el hogar de los reyes que le había
arrebatado a Duncan y a sus hijos. Pero no todo había
sido tan grato como dijeran las brujas. Las visiones lo
atormentaban todas las noches, impidiéndole el sueño. Lady
Macbeth organizó un banquete para que el Rey volviera a
sentirse halagado y le aconsejó comportarse con generosidad
con sus súbditos.
Banquo, el que había sido una vez su amigo, evitaba su
presencia. “Los espíritus oscuros han sido muy claros”,
pensaba. “Macbeth es Rey pero sus hijos no heredarán
jamás el trono. Si lo que han dicho es cierto, mi hijo
Fleance será el heredero. Pero, ¿por qué no yo?”
Estos
pensamientos lo agoviaban. Se sentía en peligro. No había
otra salida: tenía que huir del palacio de Forres con su
hijo antes de que Macbeth sospechara que ya no confiaba en
él.
Se
dirigió a las caballerizas del palacio y solicitó que le
prepararan dos caballos para después del mediodía. Macbeth,
desde una ventana, seguía sus pasos sin que Banquo pudiera
verlo.
-¿En
qué piensas, mi Rey?- dijo Lady Macbeth desde la puerta
de la habitación real.
-Mira
con tus propios ojos, mi Reina. Ese de allí es Banquo.
Presiento que prepara su huida. Él fue testigo de las
palabras de las brujas y tal vez ya sospeche que me he
dejado ganar por la codicia.
-¿Y
qué harás al respecto? Me estremezco al pensar que...
-Mejor que no lo sepas. Mantén tus manos limpias de la
sangre que corre por las mías.
-Mis
manos están tan rojas como las tuyas. Pero es verdad. No
quiero saber nada más. Lo hecho, hecho está, y ya eso me
resulta más que suficiente.
-Vete
a tus habitaciones y pídele al viejo médico que te
asiste que te calme los nervios con algunas hierbas. Luego
trata de descansar. De aquí en más eres libre de todo lo
que suceda.
-Eso
haré, mi Rey.
Macbeth hizo una seña a uno de los hombres de las
caballerizas. Al poco rato el hombre era detenido por los
guardias en la puerta de la habitación del Rey.
-Déjenlo pasar- indicó Macbeth-. Viene bajo mi comando.
-¿Qué
desea Su Majestad?
-Te
he visto hablar con Banquo. Dime qué te ha dicho.
-Bueno... he jurado conservar el secreto de su pedido, pero
supongo que si el mismo Rey me solicita que rompa un
juramento, mi pecado no será tomado en cuenta por el Dios
sobre el que he jurado.
-¡Basta de sandeces! Dime de una vez qué han hablado.
-El
noble Banquo ha solicitado dos caballos para esta tarde.
Pidió los dos mejores. Piensa cabalgar un buen trecho.
-Con
que ese es su propósito, tal como lo suponía. ¿Y eso es
todo?
-Juro
por Dios que sí, mi Rey.
-No
jures más, por todos los cielos. ¿Te atreves a invocar a
Dios un minuto después de haber quebrantado otro juramento?
A propósito, debes saber que conozco tu historia. Y no es
para nada una buena historia. Si he consentido en mantenerte
a mi servicio en este palacio es porque espero, en alguna
ocasión, beneficiarme de lo que bien sabes hacer.
-¿A
qué se refiere Su Majestad?
-Sé
que eres un asesino profesional y que has enviado al otro
mundo a más gente que la que eres capaz de recordar. Por
estas razones, evitémonos los rodeos de una vez. Necesito
que vayas tras Banquo y su hijo y los mates a ambos.
-Banquo es un buen guerrero, Su Majestad. Y su hijo, aunque
aun joven, también lo es. No es un trabajo para un solo
hombre.
-Hazlo como creas conveniente. Lo importante es que yo salga
limpio de todo este asunto. ¿Entiendes lo que quiero
decir?
-Perfectamente, mi Rey.
-Luego de que hayan realizado el trabajo serás bien pagado
y podrás alcanzar alguna otra dignidad. Pero recuerda: nadie
debe saber que yo estoy tras este plan.
-Ya
puede contar con ello, mi Rey.
jueves, 9 de marzo de 2017
Capítulo IV
N. del
A.: en los capítulos anteriores Lady Macbeth, seducida por la
posibilidad de convertirse en reina, convence a Macbeth de matar al
rey Duncan. La ocasión está servida en bandeja, puesto que el mismo
rey los ha ido a visitar al castillo de Forres. ¿Qué ocurrirá
entonces? La respuesta en el Cap. IV.
AL AMANECER las campanadas surcaban el aire.
Dos
sombras se encontraron en las almenas.
-¿Qué
haces, hermana del medio?
-¿Responde a tu misma pregunta tú primero, hermana menor?
-He
venido porque hermana mayor me ha enviado a ver qué
ocurría con Macbeth.
-Pues
has llegado tarde. Ya todo ha sucedido.
-Entonces nuestra hermana mayor se enfadará.
-No
tanto. Si lo deseas, yo puedo contarte lo que he visto.
-Adelante. No demores más.
-Macbeth y Lady Macbeth agazajaron al Rey Duncan con sus
mejores galas. El banquete fue un éxito. El Rey decidió
proceder liberalmente con los ayudantes y los cocineros y a
todos les ofreció muy buenos regalos. Incluso le dio un
diamante labrado a Lady Macbeth como prueba de su
beneplácito. Luego se fue a dormir acompañado de sus
guardias.
-Entonces nada malo sucedió.
-Lo
mejor está aun por llegar, querida hermana. Porque Lady
Macbeth vertió ciertas sales en las bebidas de los
guardias. Luego fue a dar el aviso a su esposo, quien
salió apresurado de su recámara. Tan apresurado que
extravió el camino hacia la habitación de Duncan y se
encontró cerca del patio con Banquo. Pude escabullirme por
entre las ramas de aquel abeto para escuchar lo que
hablaron.
-¿Y
qué se dijeron?
-Todo
fue muy extraño. Macbeth le dio a entender a su fiel
amigo que era posible aun más honor y más gloria si
alguna vez estaba dispuesto a obtenerla. Bancuo dijo que
estaría dispuesto con la única condición de que ese honor
y esa gloria nuevos no significaran un menoscabo en los
que ya tenía. En otras palabras, le dijo que por las vías
naturales aceptaría el consejo de Macbeth y su oferta.
Pero que no estaba dispuesto a llegar a extremos indignos.
-¿Y
qué le dijo Macbeth?
-Nada. Simplemente lo despidió hasta la mañana. Luego
encontró de nuevo el camino hacia las habitaciones de
Duncan. Parecía un loco perdido en sus delirios. Iba
hablándole a una sombra. La sombra del puñal que debía
utilizar para acabar con el rey. Hasta que apareció Lady
Macbeth y le entregó los puñales verdaderos. Luego ella lo
dejó solo. Los guardias dormían a pata suelta cuando
Macbeth entró a la habitación de Duncan. Al cabo de un
rato salió de allí con los puñales ensangrentados en sus
manos. Se encontró en uno de los pasillos con Lady
Macbeth, quien se los arrebató. Luego ella los dejó entre
los brazos de los guardias, que de nada de esto se
enteraron. Ya todo estaba hecho.
-¿Y
tú no has gritado para impedir tal infamia?
-Sabes mejor que yo que mis gritos no habrían impedido
nada. Nuestro poder termina en nuestras visiones, hermanita.
-¿Y
ahora? ¿Qué esperamos aquí?
-Que
amanezca. Mira: ya vienen los primeros rayos desde el
oriente y si mis ojos no me engañan, aquel que cabalga
hacia el castillo es Macduff. Viene a despertar al Rey.
-Que
me aspen si logra despertarlo del sueño eterno en el que
los cuchillos de Macbeth lo han precipitado.
-¡Mira hermanita! Macduff saluda a Banquo, y por allí
viene Macbeth vestido con su ropa de cama, como si nada
hubiera pasado.
-¡Es
cierto! ¡Ahora Macduff entra en la habitación de Duncan!
¡Oh! ¡Déjame cerrar los ojos! No quisiera ver su cara
cuando descubra que el rey ha muerto asesinado.
-Ahora Macduff sale y busca a Macbeth. Macbeth entra en la
habitación y finge sorpresa. Luego corren por el pasillo.
Alguien pide que toquen las campanas a rebato. Por allá
viene Lady Macbeth y también finge sorprenderse, por las
campanas primero, luego por los hechos sucedidos en su
propio castillo. ¡Qué grandes actores! Han engañado a lo
más granado de los nobles de Escocia con su actuación.
-Macbeth va hacia los guardias y los despierta. Aun tienen
los cuchillos en las manos. Los hace llevar a la mazmorra
sin que puedan decir nada en su defensa.
-¡Mira, hermana! Son Malcolm y Donalbain, los hijos de
Duncan. Conversan solos en un apartado. Creo que hablan de
huir. Dicen que no están seguros en el castillo de
Inverness. El mismo que mató a su padre seguramente irá
contra ellos. ¡Escucha! ¡Escucha bien!
-Eso
hago, hermana. Mis oídos son mejores que los tuyos. Malcolm
irá a Inglaterra y tratará de convencer al Rey Eduardo
de que le de refugio. Donalbain cabalgará hacia Irlanda.
¡Vaya! Es una buena idea de los hermanos el separarse. Si
algo malo le ocurre a uno de ellos, el otro siempre podrá
vengarlo.
-¡Míralos! Ya se van hacia las caballerizas sin que nadie
los advierta. No se han detenido con nadie. En nadie
confían más que en ellos mismos.
-¡Pobres huérfanos, herederos de un trono sangriento! Que
el destino los ayude. Mientras tanto allí viene Macbeth.
¿Qué ha hecho con los guardias? ¡Los ha ejecutado de
forma sumaria! Le explica a Macduff por qué lo ha hecho.
Alega que ellos negaron todo en su propia cara y con los
puñales aun humeantes. ¡Qué sangre fría! ¡Ha matado bajo
una falsa acusación a quienes él sabe que son inocentes!
-¡Y
mira, hermanita! Los dedos acusatorios señalan las almenas.
Desde ellas aun pueden verse los caballos en los que
Malcolm y Donalbain huyen. Y las voces son todavía más
acusatorias que los dedos. Ahora todos lo dicen: ¡ellos han
mandado a matar a su propio padre! ¿Por qué otra razón
huirían de ese modo?
-Y
ahora, al terminar la mañana, el golpe final: todos los
nobles rodean a Macbeth. Todos lo señalan. Lo eligen Rey y
le piden que vengue la muerte de Duncan.
-¡Ah!
¡Qué ironía, hermana! Las cosas han salido mejor de lo
que muchos habían creído.
jueves, 2 de marzo de 2017
Capítulos II y III
N. del
A.: en el primer capítulo Macbeth y Banquo se encuentran con las
brujas. Estas anuncian que Macbeth será
barón de Cawdor y después
rey. Los hijos de Banquo, por su parte, serán reyes. Al principio
los dos se toman las profecías con bastante humor. Pero luego llegan
mensajeros desde el campamento a anunciarle a Macbeth que, por
mandato del Rey Duncan, ya es barón de Cawdor... Parece que las tres
hermanas fatídicas sabían de lo que hablaban.
Capítulo
II. Los artífices de la traición.
En
el castillo de Inverness, hogar durante siglos de la familia
de Macbeth, su esposa lee en voz alta una carta:
“Y
entonces vinieron heraldos del Rey y confirmaron lo segundo
que las tres brujas habían predicho. Me nombraban Barón de
Cawdor. Ahora solo queda esperar a que el resto de la
profecía se cumpla. Aunque no será tan sencillo como
parece en un principio. Cuando la batalla terminó, fuimos
con el Rey, nuestro primo, a su castillo de Forres. Allí
nos saludó y halagó. Sus nobles dijeron que el anterior
Barón de Cawdor había muerto con honor, aceptando su
traición y el castigo que correspondía. Luego el Rey bajó
la vista, apenado, puesto que había depositado mucha
confianza en el traidor. Pero insistió en que celebráramos.
Luego repartió honores entre sus caballeros. Banquo quedó
dueño de las cosechas. Y yo fui nombrado Barón de Cawdor.
Pero entre todas estas buenas noticias, hay una cuyo
alcance no llego a imaginar. Su hijo Malcolm fue nombrado
Barón de Cumberland. Y ya sabes lo que eso significa: el
Barón de Cumberland, en Escocia, es el futuro Rey. ¿Cómo
es posible, entonces, que la profecía sea cierta en una
sola de sus partes? ¿Cómo Malcolm ha de ser Rey si ese
honor me ha sido prometido a mí por las mismas hermanas
fatídicas que me advirtieron que sería Barón de Cawdor?
“No
queda más opción que dejar que hable el tiempo. De nada
sirve apresurarse en estas circunstancias. Mientras tanto
Duncan ha decidido visitar cuanto antes nuestro castillo para
estrechar nuestra amistad. Por lo tanto, es menester
preparar todo para que tenga un recibimiento acorde a las
circunstancias. Enseguida de enviar esta carta emprenderé la
cabalgata hacia Inverness. Compartiremos juntos la gloria del
nuevo título y de lo que nos ha sido prometido. Pues si
he de ser Rey, entonces tú, amada mía, serás Reina.
Tuyo, con devoción, Macbeth.”
Lady
Macbeth se acercó al candelabro sobre la mesa y quemó la
carta. Su rostro se tornó rojo mientras hablaba en voz
alta:
-¡Ay!
Amado esposo... Te conozco bien. Ansías con toda tu alma
el título que crees merecer. Pero no te atreves a hacer
lo que hay que hacer para obtenerlo. Duncan, tu primo, pues
sus madres son hermanas, te ha premiado con un gran honor
y confía en ti. Pero el Destino te ha asignado un honor
más grande. Y los hombres deben rendirse ante su destino.
¡Rendirse, sí! ¡Para ayudar a que se haga realidad!
Un
mensajero golpeó la puerta de la habitación. Lady Macbeth
sacudió los restos de la carta de su esposo hechos ceniza
y observó por la mirilla.
-¿Qué
deseas?
-Vengo a avisarle a Vuestra Merced que Duncan ya viene al
castillo y que Macbeth ya está aquí?
-¿Qué
dices? ¡Rápido! Dile a Macbeth que acuda a verme de
inmediato.
Los
pasos apurados del mensajero resonaron en el pasillo
empedrado. Lady Macbeth habló en voz alta frente al
candelabro una vez más:
-Duncan... tiemblan las nubes en el cielo al escuchar que
tus caballos penetran nuestras murallas. Vienes como el mejor
de los amigos pero ignoras lo que los hados han dispuesto
para ti. ¡Espíritus del mal, los invoco! Acudan a mi
servicio ahora mismo. ¡Quítenme esta condición de mujer
hermosa! ¡Destierren de mí toda piedad! ¡Poco ha de valer
la leche amorosa de las madres cuando se vuelve hiel! Ven
rápido, Macbeth, y déjame acelerar el curso de los hechos.
Mis pensamientos haré tuyos y será nuestra la mano que
sujete el cuchillo en el pecho del Rey.
En
ese momento se escucharon las trompetas anunciando la llegada
de Duncan a las puertas del castillo.
Capítulo
III. La decisión final.
En
la larga mesa del comedor varios nobles fieles a Duncan
comían y bebían para celebrar su victoria sobre los
noruegos. Sentado al lado del Rey, su hijo Malcolm hablaba
algo con su hermano Donalbain y observaban cómo Macbeth y
Lady Macbeth parecían discutir por alguna cosa. Del otro
lado de la mesa, el noble Macduff relataba algunos
pormenores de la batalla a Banquo, Ross y Angus. Todos
comían de los manjares dispuestos y alegraban el corazón
con el excelente licor del castillo de Inverness.
De
pronto Macbeth se levantó de su asiento, saludó al Rey y
salió a las almenas. Lady Macbeth, contrariada, salió tras
él.
-¿Qué
haces?- le dijo-. Es necesario disimular nuestro nerviosismo.
-No
puedo hacerlo. No puedo.
-¿Qué
dices? ¿Y mis esperanzas de ser Reina?
-Es
un buen Rey. Tan noble con sus amigos como feroz con sus
enemigos. El pueblo lo quiere y lo venera. Además, yo soy
su pariente. Y por si esto no bastara, está bajo mi
cuidado en nuestro castillo. Se supone que debo protegerlo
en vez de matarlo.
-¿Entonces tienes miedo de hacer lo que deseas?
Macbeth tembló al escuchar aquellas palabras de su esposa.
Movió su mano como para estrellarla en su mejilla. Pero no
llegó a hacerlo.
-¡Miedo! ¡Tienes miedo hasta de mí!- insistió ella.
-¡Cállate de una vez! Yo podría hacer lo que cualquier
hombre. Pero no esto. Además, ¿qué sucedería si fallamos?
-¿Fallar? Sabes muy bien que no fallaremos. He preparado
todo. Los aposentos del Rey están en el lugar adecuado.
Será fácil entrar y salir de ellos. El licor hará dormir
profundamente a los guardias. Nadie nos verá. Pero ahora
veo que flaqueas, como si ya no quisieras ser lo que te
han prometido. Como si no quisieras que yo fuera tu Reina.
Macbeth dudó un instante y luego habló:
-Volvamos a la sala. Ya estoy decidido. Pero debemos fingir
que nuestras intenciones son buenas. Nuestro rostro no debe
revelar nuestro designio.
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