jueves, 2 de marzo de 2017

Capítulos II y III


N. del A.: en el primer capítulo Macbeth y Banquo se encuentran con las brujas. Estas anuncian que Macbeth será
barón de Cawdor y después rey. Los hijos de Banquo, por su parte, serán reyes. Al principio los dos se toman las profecías con bastante humor. Pero luego llegan mensajeros desde el campamento a anunciarle a Macbeth que, por mandato del Rey Duncan, ya es barón de Cawdor... Parece que las tres hermanas fatídicas sabían de lo que hablaban.


Capítulo II. Los artífices de la traición.

En el castillo de Inverness, hogar durante siglos de la familia de Macbeth, su esposa lee en voz alta una carta:
Y entonces vinieron heraldos del Rey y confirmaron lo segundo que las tres brujas habían predicho. Me nombraban Barón de Cawdor. Ahora solo queda esperar a que el resto de la profecía se cumpla. Aunque no será tan sencillo como parece en un principio. Cuando la batalla terminó, fuimos con el Rey, nuestro primo, a su castillo de Forres. Allí nos saludó y halagó. Sus nobles dijeron que el anterior Barón de Cawdor había muerto con honor, aceptando su traición y el castigo que correspondía. Luego el Rey bajó la vista, apenado, puesto que había depositado mucha confianza en el traidor. Pero insistió en que celebráramos. Luego repartió honores entre sus caballeros. Banquo quedó dueño de las cosechas. Y yo fui nombrado Barón de Cawdor. Pero entre todas estas buenas noticias, hay una cuyo alcance no llego a imaginar. Su hijo Malcolm fue nombrado Barón de Cumberland. Y ya sabes lo que eso significa: el Barón de Cumberland, en Escocia, es el futuro Rey. ¿Cómo es posible, entonces, que la profecía sea cierta en una sola de sus partes? ¿Cómo Malcolm ha de ser Rey si ese honor me ha sido prometido a mí por las mismas hermanas fatídicas que me advirtieron que sería Barón de Cawdor?
No queda más opción que dejar que hable el tiempo. De nada sirve apresurarse en estas circunstancias. Mientras tanto Duncan ha decidido visitar cuanto antes nuestro castillo para estrechar nuestra amistad. Por lo tanto, es menester preparar todo para que tenga un recibimiento acorde a las circunstancias. Enseguida de enviar esta carta emprenderé la cabalgata hacia Inverness. Compartiremos juntos la gloria del nuevo título y de lo que nos ha sido prometido. Pues si he de ser Rey, entonces tú, amada mía, serás Reina. Tuyo, con devoción, Macbeth.”

Lady Macbeth se acercó al candelabro sobre la mesa y quemó la carta. Su rostro se tornó rojo mientras hablaba en voz alta:
-¡Ay! Amado esposo... Te conozco bien. Ansías con toda tu alma el título que crees merecer. Pero no te atreves a hacer lo que hay que hacer para obtenerlo. Duncan, tu primo, pues sus madres son hermanas, te ha premiado con un gran honor y confía en ti. Pero el Destino te ha asignado un honor más grande. Y los hombres deben rendirse ante su destino. ¡Rendirse, sí! ¡Para ayudar a que se haga realidad!
Un mensajero golpeó la puerta de la habitación. Lady Macbeth sacudió los restos de la carta de su esposo hechos ceniza y observó por la mirilla.
-¿Qué deseas?
-Vengo a avisarle a Vuestra Merced que Duncan ya viene al castillo y que Macbeth ya está aquí?
-¿Qué dices? ¡Rápido! Dile a Macbeth que acuda a verme de inmediato.
Los pasos apurados del mensajero resonaron en el pasillo empedrado. Lady Macbeth habló en voz alta frente al candelabro una vez más:
-Duncan... tiemblan las nubes en el cielo al escuchar que tus caballos penetran nuestras murallas. Vienes como el mejor de los amigos pero ignoras lo que los hados han dispuesto para ti. ¡Espíritus del mal, los invoco! Acudan a mi servicio ahora mismo. ¡Quítenme esta condición de mujer hermosa! ¡Destierren de mí toda piedad! ¡Poco ha de valer la leche amorosa de las madres cuando se vuelve hiel! Ven rápido, Macbeth, y déjame acelerar el curso de los hechos. Mis pensamientos haré tuyos y será nuestra la mano que sujete el cuchillo en el pecho del Rey.
En ese momento se escucharon las trompetas anunciando la llegada de Duncan a las puertas del castillo.

Capítulo III. La decisión final.


En la larga mesa del comedor varios nobles fieles a Duncan comían y bebían para celebrar su victoria sobre los noruegos. Sentado al lado del Rey, su hijo Malcolm hablaba algo con su hermano Donalbain y observaban cómo Macbeth y Lady Macbeth parecían discutir por alguna cosa. Del otro lado de la mesa, el noble Macduff relataba algunos pormenores de la batalla a Banquo, Ross y Angus. Todos comían de los manjares dispuestos y alegraban el corazón con el excelente licor del castillo de Inverness.
De pronto Macbeth se levantó de su asiento, saludó al Rey y salió a las almenas. Lady Macbeth, contrariada, salió tras él.
-¿Qué haces?- le dijo-. Es necesario disimular nuestro nerviosismo.
-No puedo hacerlo. No puedo.
-¿Qué dices? ¿Y mis esperanzas de ser Reina?
-Es un buen Rey. Tan noble con sus amigos como feroz con sus enemigos. El pueblo lo quiere y lo venera. Además, yo soy su pariente. Y por si esto no bastara, está bajo mi cuidado en nuestro castillo. Se supone que debo protegerlo en vez de matarlo.
-¿Entonces tienes miedo de hacer lo que deseas?
Macbeth tembló al escuchar aquellas palabras de su esposa. Movió su mano como para estrellarla en su mejilla. Pero no llegó a hacerlo.
-¡Miedo! ¡Tienes miedo hasta de mí!- insistió ella.
-¡Cállate de una vez! Yo podría hacer lo que cualquier hombre. Pero no esto. Además, ¿qué sucedería si fallamos?
-¿Fallar? Sabes muy bien que no fallaremos. He preparado todo. Los aposentos del Rey están en el lugar adecuado. Será fácil entrar y salir de ellos. El licor hará dormir profundamente a los guardias. Nadie nos verá. Pero ahora veo que flaqueas, como si ya no quisieras ser lo que te han prometido. Como si no quisieras que yo fuera tu Reina.
Macbeth dudó un instante y luego habló:
-Volvamos a la sala. Ya estoy decidido. Pero debemos fingir que nuestras intenciones son buenas. Nuestro rostro no debe revelar nuestro designio.



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