N. del
A.: en el primer capítulo Macbeth y Banquo se encuentran con las
brujas. Estas anuncian que Macbeth será
barón de Cawdor y después
rey. Los hijos de Banquo, por su parte, serán reyes. Al principio
los dos se toman las profecías con bastante humor. Pero luego llegan
mensajeros desde el campamento a anunciarle a Macbeth que, por
mandato del Rey Duncan, ya es barón de Cawdor... Parece que las tres
hermanas fatídicas sabían de lo que hablaban.
Capítulo
II. Los artífices de la traición.
En
el castillo de Inverness, hogar durante siglos de la familia
de Macbeth, su esposa lee en voz alta una carta:
“Y
entonces vinieron heraldos del Rey y confirmaron lo segundo
que las tres brujas habían predicho. Me nombraban Barón de
Cawdor. Ahora solo queda esperar a que el resto de la
profecía se cumpla. Aunque no será tan sencillo como
parece en un principio. Cuando la batalla terminó, fuimos
con el Rey, nuestro primo, a su castillo de Forres. Allí
nos saludó y halagó. Sus nobles dijeron que el anterior
Barón de Cawdor había muerto con honor, aceptando su
traición y el castigo que correspondía. Luego el Rey bajó
la vista, apenado, puesto que había depositado mucha
confianza en el traidor. Pero insistió en que celebráramos.
Luego repartió honores entre sus caballeros. Banquo quedó
dueño de las cosechas. Y yo fui nombrado Barón de Cawdor.
Pero entre todas estas buenas noticias, hay una cuyo
alcance no llego a imaginar. Su hijo Malcolm fue nombrado
Barón de Cumberland. Y ya sabes lo que eso significa: el
Barón de Cumberland, en Escocia, es el futuro Rey. ¿Cómo
es posible, entonces, que la profecía sea cierta en una
sola de sus partes? ¿Cómo Malcolm ha de ser Rey si ese
honor me ha sido prometido a mí por las mismas hermanas
fatídicas que me advirtieron que sería Barón de Cawdor?
“No
queda más opción que dejar que hable el tiempo. De nada
sirve apresurarse en estas circunstancias. Mientras tanto
Duncan ha decidido visitar cuanto antes nuestro castillo para
estrechar nuestra amistad. Por lo tanto, es menester
preparar todo para que tenga un recibimiento acorde a las
circunstancias. Enseguida de enviar esta carta emprenderé la
cabalgata hacia Inverness. Compartiremos juntos la gloria del
nuevo título y de lo que nos ha sido prometido. Pues si
he de ser Rey, entonces tú, amada mía, serás Reina.
Tuyo, con devoción, Macbeth.”
Lady
Macbeth se acercó al candelabro sobre la mesa y quemó la
carta. Su rostro se tornó rojo mientras hablaba en voz
alta:
-¡Ay!
Amado esposo... Te conozco bien. Ansías con toda tu alma
el título que crees merecer. Pero no te atreves a hacer
lo que hay que hacer para obtenerlo. Duncan, tu primo, pues
sus madres son hermanas, te ha premiado con un gran honor
y confía en ti. Pero el Destino te ha asignado un honor
más grande. Y los hombres deben rendirse ante su destino.
¡Rendirse, sí! ¡Para ayudar a que se haga realidad!
Un
mensajero golpeó la puerta de la habitación. Lady Macbeth
sacudió los restos de la carta de su esposo hechos ceniza
y observó por la mirilla.
-¿Qué
deseas?
-Vengo a avisarle a Vuestra Merced que Duncan ya viene al
castillo y que Macbeth ya está aquí?
-¿Qué
dices? ¡Rápido! Dile a Macbeth que acuda a verme de
inmediato.
Los
pasos apurados del mensajero resonaron en el pasillo
empedrado. Lady Macbeth habló en voz alta frente al
candelabro una vez más:
-Duncan... tiemblan las nubes en el cielo al escuchar que
tus caballos penetran nuestras murallas. Vienes como el mejor
de los amigos pero ignoras lo que los hados han dispuesto
para ti. ¡Espíritus del mal, los invoco! Acudan a mi
servicio ahora mismo. ¡Quítenme esta condición de mujer
hermosa! ¡Destierren de mí toda piedad! ¡Poco ha de valer
la leche amorosa de las madres cuando se vuelve hiel! Ven
rápido, Macbeth, y déjame acelerar el curso de los hechos.
Mis pensamientos haré tuyos y será nuestra la mano que
sujete el cuchillo en el pecho del Rey.
En
ese momento se escucharon las trompetas anunciando la llegada
de Duncan a las puertas del castillo.
Capítulo
III. La decisión final.
En
la larga mesa del comedor varios nobles fieles a Duncan
comían y bebían para celebrar su victoria sobre los
noruegos. Sentado al lado del Rey, su hijo Malcolm hablaba
algo con su hermano Donalbain y observaban cómo Macbeth y
Lady Macbeth parecían discutir por alguna cosa. Del otro
lado de la mesa, el noble Macduff relataba algunos
pormenores de la batalla a Banquo, Ross y Angus. Todos
comían de los manjares dispuestos y alegraban el corazón
con el excelente licor del castillo de Inverness.
De
pronto Macbeth se levantó de su asiento, saludó al Rey y
salió a las almenas. Lady Macbeth, contrariada, salió tras
él.
-¿Qué
haces?- le dijo-. Es necesario disimular nuestro nerviosismo.
-No
puedo hacerlo. No puedo.
-¿Qué
dices? ¿Y mis esperanzas de ser Reina?
-Es
un buen Rey. Tan noble con sus amigos como feroz con sus
enemigos. El pueblo lo quiere y lo venera. Además, yo soy
su pariente. Y por si esto no bastara, está bajo mi
cuidado en nuestro castillo. Se supone que debo protegerlo
en vez de matarlo.
-¿Entonces tienes miedo de hacer lo que deseas?
Macbeth tembló al escuchar aquellas palabras de su esposa.
Movió su mano como para estrellarla en su mejilla. Pero no
llegó a hacerlo.
-¡Miedo! ¡Tienes miedo hasta de mí!- insistió ella.
-¡Cállate de una vez! Yo podría hacer lo que cualquier
hombre. Pero no esto. Además, ¿qué sucedería si fallamos?
-¿Fallar? Sabes muy bien que no fallaremos. He preparado
todo. Los aposentos del Rey están en el lugar adecuado.
Será fácil entrar y salir de ellos. El licor hará dormir
profundamente a los guardias. Nadie nos verá. Pero ahora
veo que flaqueas, como si ya no quisieras ser lo que te
han prometido. Como si no quisieras que yo fuera tu Reina.
Macbeth dudó un instante y luego habló:
-Volvamos a la sala. Ya estoy decidido. Pero debemos fingir
que nuestras intenciones son buenas. Nuestro rostro no debe
revelar nuestro designio.
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