VII
Lady Macbeth finalmente logró calmar a su esposo y dejarlo en la cama. Ya era pasada la medianoche. La penumbra de los pasillos de Forres, las escaleras estrechas, los candiles gastados, los ruidos de los animales nocturnos que habitan en los muros y las paredes, todo aquello, sumado a las alucinaciones de su esposo, le había provocado un miedo atroz. Poco antes de caer en el sueño, Macbeth la vio dirigirse una y otra vez al lavatorio, mirándose las blancas manos con asco, como si hubiera algo en ellas.
¿Algo como qué?
A Macbeth le pareció escuchar que su esposa decía:
-¡Sangre! ¡Mis manos también están llenas de sangre!
No cabía duda: ambos estaban enloqueciendo.
La luz de la mañana suele traer reposo a los terrores nocturnos y alivio a las almas atribuladas. Macbeth ordenó que le prepararan un caballo. Al poco rato podía vérselo cabalgando hacia las colinas que se extendían entre Forres y el campo de batalla donde se había cubierto de gloria algunas semanas antes. Al divisar un bosque se dirigió hacia él sin dudarlo. No demoró en encontrar el páramo en el que había visto a las brujas por primera vez, cuando junto a Banquo regresaban victoriosos del combate.
Pero no las encontró allí.
Al poco rato de buscarlas de forma infructuosa se resignó a quedar sin su consejo. De improviso, al regresar hacia las colinas, escuchó algunas voces provenientes de una cueva. Entró con cautela y vio tres sombras como espectros que se abalanzaban sobre un caldero hirviente.
-¡Al fin las he encontrado!- dijo-. Pensé que ya no las vería más, espectros infernales.
-¿Cómo te atreves a llamarnos espectros? Si pudieras tocar nuestros brazos verías que son firmes. Y nuestras piernas. Y luego nuestras cabezas. Nuestros hombros. Todos tan buenos como los de cualquiera.
-¿Entonces por qué la primera vez que nos encontramos se desvanecieron en el aire sin terminar de contestar mis requerimientos?
-Solo obedecemos los requerimientos de quienes nos instruyen. Comenzando por Hécate, a quien no puedes ver.
Un estremecimiento frío corrió por la espalda de Macbeth. Pero lo que en un principio fue miedo rápidamente se transformó en ansias.
-Quiero hablar con los espíritus que las gobiernan- dijo.
-El asunto- dijo una de las hermanas- es que ellos también quieran hablar contigo.
-Convóquenlos de una vez y veremos.
-Sí. Veremos si su deseo es manifestarse o permanecer más allá del tiempo, lejos de nosotros.
-Uno es el círculo exterior- dijo la hermana mayor lanzando una piedra al caldero.
-Dos es el círculo interior- respondió la hermana del medio.
-Y tres es el punto en el centro de los círculos- dijo la menor. Y luego todas juntas, tomadas de la mano y girando alrededor:
-Uno, dos y tres. Arriba, abajo y al centro: ¡espíritus de las sombras! Hay aquí un hombre que desea ser visitado por ustedes. No promete nada en agradecimiento a quien te convoque. Solo exige, como los niños pequeños. Pero eso no quiere decir que, llegado el momento, no se comporte con generosidad. Preséntense ante el Rey Macbeth, a quien ustedes mismos precipitaron en el trono del que ahora se ha ausentado para venir aquí.
Macbeth se acercó al caldero y observó cómo los tres círculos concéntricos giraban en direcciones opuestas. Luego sus ojos se cerraron y cayó desvanecido al pie del fuego. Las tres hermanas se apresuraron a socorrerlo y lo tendieron sobre una manta.
-¿Qué le sucede?- preguntó la hermana menor.
-¿Acaso no lo ves ante tus propios ojos?- respondió la del medio-. Sueña. Sueña plácidamente.
-Ya lo creo- dijo la mayor-. Y ojalá termine pronto.
-No es agradable tenerlo aquí.
-No. No lo es. Traicionó a sus amigos por su desmesurada ambición. Bien podría traicionarnos a nosotras. Ni siquiera sabe nuestros nombres.
-Nosotros tampoco los sabemos, querida hermana. Además, estamos fuera de su alcance. Al menos eso es lo que creemos.
-¡Mírenle sus manos! ¡Se tornan rojas!
-Es el reflejo del fuego, tonta.
-Mírenlo de nuevo. Parpadea.
-Ya despierta.
-Ha sido un sueño breve.
Macbeth se alzó apurado y luego corrió hacia fuera. A galope tendido cruzó las colinas y llegó a Forres. De inmediato envió por su esposa.
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