N. del A.: en el
capítulo anterior Macbeth concierta con dos lacayos el asesinato de Banquo y su
hijo. ¿Cómo habrá salido el encargo? En este capítulo se revelará esa verdad. Y
además, probablemente, aparezcan fantasmas.
Esa
noche el banquete
tuvo lugar en
los amplios salones
de Forres. Pero
no había ánimo
de fiesta. Ross
y Angus hablaban
junto a las
columnas que sostenían
la bóveda de
la sala.
-Los
tiempos han cambiado-
dijo el primero.
-Así
es. Me pregunto
qué debemos hacer
nosotros.
-¿A
qué te refieres?
-A
si tendremos valor para hacer
lo correcto o
simplemente iremos hacia
donde el viento
sople.
-No
es una decisión
que pueda tomarse
de forma apresurada.
Mi sugerencia es
que estudiemos mejor
las circunstancias. Mira,
si no, lo
que ha sucedido
con Macduff, tan
heroico como el
mismísimo Macbeth en los campos
de batalla escoceses.
Es evidente que
algo sospecha y
no ha venido
al banquete. Y
ahora las miradas
del tirano y
sus lacayos irán
directamente hacia él.
-¿Te
atreves a llamar
tirano al nuevo
Rey? Por eso
es capaz de
ajusticiarte con sus
propias manos, Ross.
-Negaré
haberlo llamado así
ante quien sea
necesario, Angus. Además,
ahora solo tú
me escuchas. Y
en honor a
nuestra amistad de
tantos años, y
a la amistad
de nuestras familias
espero que no
sueltes la lengua.
-Las
amistades ya no
son lo que
solían ser. ¿Quién
era el mejor
amigo de nuestro
nuevo Rey?
-Banquo,
sin dudas.
-¿Y
acaso lo ves
aquí?
-Tienes
razón. Me pregunto
cómo justificará su
ausencia si hasta
esta mañana estaba
con nosotros.
-Hay
quienes lo han
visto salir con
su hijo a
caballo hacia los
bosques.
-¿Con qué
propósito?
-Imposible
saberlo. Pero convendrás
conmigo en que
el asunto es
intrigante. Veremos cómo
se resuelve. Mientras
tanto, que nuestros
rostros no revelen
el alcance de
nuestras sospechas ni
lo que hemos
hablado. Finjamos que
nos sentimos a
gusto con todo
lo que se
nos obsequia. Aprovechemos
la liberalidad del
Rey y observemos
hacia dónde va
el viento, ya
sea que debamos
seguirlo o que
decidamos, llegada la
ocasión, oponérnosle.
Del
otro lado de
la sala Macbeth
y su esposa
observaban el movimiento
de los sirvientes
y de la
concurrencia.
-Este
salón vio mejores
fiestas- dijo Lady
Macbeth.
-No
tienes por qué
recordármelo. Pronto, cuando
nuestros asuntos estén
por fin resueltos,
la alegría volverá
a este palacio
y a todo
el reino.
Un
hombre vestido con
ropas vulgares hizo
una seña a
Macbeth desde detraś
de los cortinados.
El Rey se excusó ante
su esposa y
los concurrentes y
salió hacia el arco
que daba a
la muralla. El
hombre de las
caballerizas surgió desde
la oscuridad.
-¡Dime
de una vez
que todo ha
resultado como te
he indicado!- ordenó
Macbeth.
-A
tal respecto, Mi
Rey, el recipiente
está en su
justa mitad. El
camino ha sido
recorrido hasta su
punto medio.
-¡Basta
de rodeos y
dime lo que
sucedió!
-Cabalgamos
tres de nosotros...
-¿Tres?
¿Esa es tu
idea de la
discreción?
-Tres
sirvientes leales a
usted, mi Rey.
-Continúa.
-Seguimos
a Banquo y
a su hijo
por el bosque
y luego por
una llanura y
después otro bosque.
Cuando nos pareció
que estábamos a resguardo, nos
adelantamos y le
tendimos una celada.
Los cercamos en
la penumbra del
crepúsculo y los
asaltamos. Banquo luchó
como un verdadero
león. Su espada
se balanceaba de
un lado al
otro y se
llevó con su
arrojo la vida
de uno de
los que me
acompañaban. Finalmente, con un golpe
afortunado, lo derribé.
Una vez en
el suelo, mi
espada y la
de mi ayudante
le perforaron el
pecho.
-¡Bien
hecho! ¡Así se
habla! Pero continúa.
-Bien... esa
fue la parte
llena del recipiente,
mi Rey. El
joven Fleance, siguiendo
las instrucciones de
su moribundo padre,
desapareció de nuestra
vista y ya
no pudimos seguirlo.
-¡Maldición! ¡Es
que acaso no
pueden hacer una
sola cosa bien!
¡Pagarán con sus
vidas por este
error!
-En
cuanto a eso,
mi Rey, debo
prevenirle de algo.
He tenido la
precaución de enviar
a mi cómplice
lejos del palacio
con instrucciones de
revelarlo todo si
algo malo me
sucediera.
-¡Vete
de aquí, traidor!
Mañana veré qué
hacer contigo.
Macbeth
se recostó sobre
la columna y
respiró profundamente. De
pronto fue como
si se desvaneciera.
Como si sus
fuerzas lo abandonaran.
Cuando su esposa
llamó a la
mesa, avanzó por
el salón hacia
la parte principal,
donde los asientos
de los nobles
habían vuelto a
ser ocupados. Lady
Macbeth notó de
inmediato la turbación
de su esposo,
que ahora hablaba
con sombras que
se le aparecían.
-¡Miren
todos!- balbuceaba-. Miren
cómo ese espíritu
nos observa. ¡Tú!
¡Te atreves a
venir a mi
morada en esa
forma fantasmal!
-¿Con
quién habla?- dijo
Ross en voz baja a
Angus.
-¡Tú,
infame! ¿Cómo has
llegado hasta aquí
tan rápido si
apenas has muerto
hace algunas horas?
¿Qué pretendes apareciéndote
así?
-Deberán
disculparlo, nobles de
Escocia. El Rey
hace tiempo que
sufre de alucinaciones- dijo
Lady Macbeth-. Se
trata de una
condición familiar. Al
cabo de un
momento de descanso
se le pasará.
-¡Malditos
tú, tu hijo
y todos esos
reyes que te
empeñas en presentarme
y que vienen
en procesión detrás
de tu hijo!
¡Sobre mi cadáver
reinarán!
-Todo
esto es muy
inusual- dijo Angus-.
¿De qué reyes
habla? ¿Reyes del
pasado o de
un tiempo que
aun no ha
llegado?
-Lo
que ve- dijo
Ross en voz
baja-, o mejor
dicho, lo que
cree estar viendo,
seguramente son los
reyes que le
sucederán. Pero el
Rey y la
Reina no tienen
hijos. Me pregunto
de dónde saldrán
entonces.
-¡Basta!-
interrumpió Lady Macbeth-.
Por favor, fieles
nobles de esta
patria, dispensen a
su Rey y
continúen con el
banquete. Más tarde
llegará la música
y las historias
de enamorados que
tanto les placen.
Buena comida habrá
siempre. Yo lo
llevaré a sus
aposentos para que
pueda recuperarse y,
si le es
propicio, volver más
tarde. Aunque no
lo esperen para
el plato principal.
Hagan de cuenta
que están en
su propio castillo.
Y
el Rey y
la Reina desaparecieron tras
los cortinados.
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